Universo.math

El espacio de Fridman

DICIEMBRE 2015 — FEBRERO 2016 Vol. 2 Núm. 3 Artículo 6

Victor Pelevin


Una gran parte de la cultura popular contemporánea funciona según el esquema que se conoce entre los profesionales como “Fábrica-3”: gente de ingresos bajos venden a los más pobres sus fantasías sobre la vida de los ricos, los muy ricos y los fabulosamente ricos. En ocasiones, este esquema admite alguna variación pintoresca: un hombre de bajos recursos enseña a los medios amarillistas su casita en Rublevka[1] o revela algún detalle de la vida de los oligarcas que observó por casualidad (algo así como la frase ritual “que bonita se puso la capital de Chukotka[2]” que pronuncian los multimillonarios al llegar a Londres).

Este mecanismo lógico y, a su modo, hasta elegante, tiene una peculiaridad peligrosa: con frecuencia, los mismos ricos deciden informarse sobre su propio estilo de vida estudiando las reflexiones sobre el tema de las personas que son, si no completamente pobres, cercanas a esta condición. Solamente así se puede explicar la arquitectura babilónica de las mansiones de Rublevka y la cantidad intimidante de maybachs en los embotellamientos de Moscú.

Pero ¿existe un método confiable y científicamente comprobable de echar una mirada al mundo de los súperricos?

Con confianza, respondemos esta pregunta en positivo.

Sin embargo, tendremos que comenzar desde lejos, regresando a los años noventa del siglo pasado. Fue en aquel entonces, cuando a Gengis Karataev, un emprendedor entusiasta de la época de la acumulación primaria del capital (aficionado, además de los negocios, a la ciencia ficción y a los viajes espaciales), se le ocurrió una idea sorprendente: que el refrán “dinero atrae dinero”, existente en casi todos los idiomas, tiene un sentido literal.

En aquellos tiempos locos no fue difícil verificar una afirmación de este tipo. Karataev llenó una bolsa grande con trescientos mil dólares en efectivo, se despidió de sus guardespaldas chechenos y salió a deambular por la ciudad. Su conjetura consistía en que la gran cantidad de efectivo contenida en su bolsa, de alguna manera, iba a atraer más dinero. Pasó cerca de tres horas en las calles de Moscú. En el transcurso de este tiempo, encontró dos carteras: una con varios miles de rublos; otra, con cuatro billetes de cien dólares. Además, Karataev encontró un anillo de oro con un topacio y una mochila escolar con un álbum de estampillas, en el cual, como se descubrió después, había dos timbres británicos coloniales raros (Straits Settlements). En total, el botín sumaba alrededor de tres mil dólares; no era mucho dinero, pero su valor claramente superaba lo estadísticamente probable para una breve caminata por Moscú.

Dos días después, Karataev repitió el experimento con quinientos mil dólares en la bolsa. En esta ocasión, el resultado fue mucho más impresionante: además de varias carteras, monedas y joyas, Karataev encontró una bolsa de plástico con cuarenta mil dólares, escondida bajo una banca en el Bulevard de Gogol (los billetes llevaban un marco ultavioleta que decía “soborno”, pero esto, obviamente, no cambiaba la esencia de lo sucedido).

Una conjetura extraña, incluso, absurda, se confirmó en la práctica. El mismo Karataev se asustó y decidió investigar qué fue lo que había sucedido en realidad.

Unos días después, en Dolgoprudny[3], cerca de Moscú, conoció al profesor Potashinski, un físico teórico caído en desgracia que antes había trabajado en un programa espacial secreto. Karataev le quitó la mugre, le dio de comer, le contó lo sucedido y pidió que le explicara por qué nadie había observado ese fenómeno antes. El profesor le contestó que, desde el punto de vista de la ciencia experimental, todo era claro: una persona normal, al transportar una cantidad grande de dinero, solamente va a concentrarse en la ruta más rápida y segura para llegar a su destino y no va a probar su suerte recorriendo callejones oscuros.

“Y, además,” agregó el profesor, “¿por qué cree que nadie lo había notado?, ¿de dónde, entonces, surgió el refrán que usted decidió verificar?” Después, el profesor leyó a Karataev un pequeño discurso.

“Gengis Platonovich[4], el efecto que usted descubrió”, le dijo, “solamente se puede explicar usando la analogía con la gravedad. Antes que todo, hay que recordar que, por naturaleza, el dinero es una relación social y no tiene existencia independiente de las personas en cuyo comportamiento influye. En este caso, no fue el dinero lo que atrajo el otro dinero. Más bien, el gigantesco imán social representado por esa cantidad de dinero afectó su conciencia de tal forma que usted comenzó a percibir el mundo de un modo diferente a los demás. Fue usted, y no la bolsa en su hombro, quien encontró las carteras y la bolsa de plástico bajo una banca; ¡fue usted el único entre cientos de personas que pasaban por ahí!” Karataev no pudo negarle la razón al científico. Lo que dijo Potashinski a continuación, lo conmovió aún más.

“Vemos”, dijo el profesor, “que las cantidades financieras se comportan como masas gravitacionales, con la diferencia de que la fuente de atracción no es el dinero mismo, sino la mente de su propietario. El comportamiento de las masas gravitacionales grandes ya ha sido estudiado a detalle por la física moderna, así que no es difícil describir las consecuencias. ¿Ha oído de los agujeros negros?” Karataev contestó que tenía una noción muy superficial de ellos, que supuestamente son unas estrellas que se han colapsado bajo su propio peso a unos puntos minúsculos invisibles, y que la ciencia no sabe gran cosa de ellos.

“Muy cierto”, le contestó el profesor, “cerca de un agujero negro, todas las propiedades del espacio y del tiempo que conocemos se deforman; sin embargo, algo sabemos. Si usted, Gengis Platonovich, cae en un agujero negro, para usted, todo se acabará bien rápido: su cuerpo cruzará el horizonte de los eventos donde ni la luz puede cruzar de regreso; se desintegrará en partículas y será tragado por la singularidad. Sin embargo, un observador externo verá que usted se acerca a la frontera del agujero y ahí, su imagen se congelará para siempre. Desde el punto de vista del observador externo, usted nunca cruzará esta frontera, como si su tiempo se hubiera parado. Es una paradoja que solamente se puede aceptar pero no comprender.” El profesor recordaba después que Karataev quedó inspirado y asustado a la vez por lo que había escuchado.

“Pues”, dijo, “continuemos con los experimentos, entonces.”

Para empezar, se decidió verificar la manera en que cambiaría el tiempo subjetivo de Gengis Karataev si se elevaba la cantidad de dinero a un millón de dólares. El efectivo fue distribuido en dos bolsas rojas Puma idénticas, cuyas correas se cruzaban en el pecho del negociante como unas cananas (esto se hizo no sólo para que fuera más fácil transportar el dinero sino, también, para homogeneizar la distribución de la gravedad financiera). El profesor Potashinski colgó en el pecho de Karataev un cronómetro electrónico (el cuál tomó prestado de su laboratorio); otro cronómetro, sincronizado con éste, se quedó en la oficina. El propósito del experimento era comparar las lecturas de ambos cronómetros después de una caminata de tres horas por la ciudad. Potashinski iba a caminar diez metros adelante con el fin de investigar si él encontraría primero los objetos de valor supuestamente atraídos por la gravedad financiera de Karataev.

El experimento, sin embargo, fue perturbado por circunstancias imprevistas. Al momento en que Potashinski y Karataev salían de la oficina, una bomba instalada en un basurero detonó, mató a Karataev y tiró a Potashinski al piso, dañándole la columna vertebral. Potashinski vio un hombre enmascarado acercarse al cuerpo de Karatev, agarrar ambas bolsas, echarlas a la cajuela de un carro y huir.

Después de unos años, se descubrió que el asaltante era Sasha “Zoldat”[5], un asesino en la nómina del grupo criminal de Víborg: los bandidos se habían enterado del flujo de efectivo en el negocio de Karataev. Sin embargo, en los primeros días después de la tragedia, la sospecha cayó sobre Potashinski.

Mientras la investigación estaba en las manos de la policía, Potashinski la pasaba bastante mal: los detectives letárgicos no eran capaces de entender sus explicaciones y hasta sospechaban que el profesor fingía una enfermedad mental. Después, a raíz de la magnitud de la suma involucrada, el FSB[6] tomó la averiguación en sus manos y ahí, inesperadamente, el profesor encontró una audiencia muy atenta. El legendario general Shmiga, jefe de la Sexta División del FSB, especializada en los temas paranormales y cuasicientíficos, se interesó por el caso, y Potashinski, al salir del hospital, fue contratado como consultor en un proyecto que recibió de Shmiga el nombre poético de “Pasillo Verde”.

A finales de los noventa y al principio del nuevo milenio, el funcionamiento del proyecto era algo lento y consistía más que nada en repetir los experimentos del difunto Karataev: el país sufría de falta de presupuesto y las investigaciones solamente se continuaban gracias a la grand cantidad de efectivo que, de vez en cuando, aparecía como prueba material en otros casos criminales. Los voluntarios para los experimentos se escogían de entre los oficiales jóvenes de la FSB; el general Shmiga los bautizó “platanautas” y este término perduró.

Se corroboró la existencia del “efecto de Karataev” y se comprobó que grandes sumas de dinero eran capaces de transformar la realidad. También, se descubrieron dos circunstancias adicionales. Primero, la transformación solamente sucedía si el dinero, aunque fuera por un periodo corto de tiempo, pasaba a la propiedad del platanauta (para transferir los fondos a sus cuentas, se usaba un esquema especial que no detallaremos aquí). Segundo, todos los cambios ocurrían sólo en la dimensión interior del platanauta y no eran registrados por los aparatos físicos. En el experimento en el transcurso del cual falleció Karataev, los cronómetros no hubieran mostrado ninguna discrepancia no obstante el tiempo transcurrido. Potashinski, sin embargo, seguía opinando que el negociante no se había muerto en vano.

“Así dejaban esta vida los héroes de nuestra juventud”, dijo Potashinski en un discurso memorial que aún se conserva en un video: “los héroes de “La nebulosa de Andrómeda”, de “Las nubes de Magallanes”, de “El país de las nubes color carmesí”[7]; así eran los jóvenes románticos que construyeron la grandeza de nuestro país...”

Dado que la escasez del financiamiento no permitía experimentos de importancia alguna, Potashinski, en esos años, había dedicado todas sus fuerzas a las investigaciones teóricas, e hizo algunos descubrimientos importantísimos sin levantarse de su escritorio. Hasta hoy en día, algunos físicos consideran que sus argumentos no son más que puro fraude, aunque nadie discute el hecho de que sus técnicas matemáticas son ingeniosas y poco tradicionales: todavía causa dudas su intento de unir las ecuaciones de la teoría de la relatividad general y las de la mecánica cuántica con la teoría del procesamiento neuronal (un experto en el tema lo comparó con una “aleación de hierro y res”). Sin embargo, las conclusiones del profesor no dejaban de ser asombrosas.

Pasemos la palabra a Potashinski mismo (el profesor se ha esforzado por proporcionar explicaciones elementales que sean claras para todos nosotros):

“Una simple analogía con la teoría de los agujeros negros deja claro que debe de existir una cantidad de dinero tal que poseerla causaría una especie de colapso gravitacional en una mente. Llamaremos esta cantidad (similar, en algún sentido, al radio de Schwarzshild, pasando el cual, se forma un agujero negro), el umbral de Shvartsman[8]. Su magnitud se puede calcular a partir de la solución no estacionaria de las ecuaciones de la teoría de la relatividad general de Einstein, propuesta en 1923 por A.A. Fridman. En honor al gran matemático, llamaremos a la dimensión misteriosa en la cual se encuentra una persona cuya fortuna supera la suma crítica, el espacio de Fridman[8].

El carácter no estacionario de la solución significa que la magnitud de esta suma se tiene que calcular cada año a partir de un conjunto extenso de indicadores económicos. Su valor preciso en este momento es información clasificada; baste decir que el umbral de Shvartsman ha sido cruzado por varios negociantes rusos.

Los cálculos muestran que, después de cruzar este umbral, la información sobre la vida interior de un sujeto súperrico se vuelve inaccesible, aunque un observador exterior estará bajo la ilusión de que aquél es capaz de socializar y discutir un amplio círculo de temas, desde futbol hasta negocios. Es difícil de entender a nivel cotidiano; básicamente, el observador se topará con una ilusión relativista, similar al congelamiento del tiempo en la frontera de un agujero negro, sólo que, en este caso, el tiempo se para en la mente del platanauta (los físicos americanos llaman este efecto “el fin de la historia”[9]). Además, todos los platanautas que transcendieron el umbral de Shvartsman percibirán la misma singularidad: ¡el espacio de Fridman es el mismo para todos! Sin embargo, es muy probable que nunca se logrará saber qué es lo que ve un platanauta en esta situación por la siguiente razón.

Un súperrico, por supuesto, puede perder todo su dinero y volver a ser igual a cualquiera de nosotros. Aquí, sin embargo, nos espera una paradoja más: cuando su mente regresa a la dimensión humana normal, él, aunque quiera, no podrá describir el espacio de Fridman porque no recordará nada. Un platanauta que cruza el umbral de Shvartsman, al regresar, solamente poseerá lo que se llama “memoria falsa”, la cual corresponde a la trayectoria aparente de su vida registrada por los observadores externos. Sólo así se conserva la simetría de los continuos espacio-temporales y ninguna de las ecuaciones de Einstein-Fridman se viola. En la práctica, esto implica una cosa sorprendente, por no decir escalofriante: para ver el espacio de Fridman, un platanauta debe estar en él personalmente, y sólo conservará sus recuerdos mientras está ahí. Nunca podrá llevar esta información con él para compartirla con nosotros...”

Después de unos años, se presentó la oportunidad de verificar los postulados teóricos de Potashinski. A la celda donde se encontraba encarcelado un exoligarca (no lo nombramos aquí por consideraciones humanitarias) se introdujeron dos científicos vestidos de paisano, quienes tenían la tarea de averiguar qué es lo que el reo recordaba de su vida. Los experimentadores lograron obtener la confianza del exoligarca y establecieron que no tenía ningún recuerdo del espacio de Fridman (concordando totalmente con la teoría). También se confirmó la hipótesis de la “memoria falsa”: los recuerdos del oligarca coincidían perfectamente con la trama aparente de su biografía como si ésta fuera vista por un observador externo. De este modo, uno de los postulados principales de Potashinski quedó confirmado; a continuación, los altos mandos del país mostraron interés en los experimentos del científico.

En aquellos días, ni siquiera el soñador más atrevido podría imaginarse que los científicos, a pesar de todo, tendrían la oportunidad de echar una mirada al espacio de Fridman (y la tendrían en un futuro muy cercano). Por supuesto, todo esto fue propiciado por el alza en el precio del petróleo. No obstante, el factor principal fue el progreso tecnológico de la humanidad.

Para el año 2003, los expertos japoneses lograron desarrollar un sistema de sondas microscópicas que se introducían directamente en el cerebro y permitían, hasta cierto grado, objetivizar el panorama de la percepción en un ser humano. El equipo japonés no era capaz de detectar qué sentía y pensaba el sujeto; sin embargo, el sistema permitía obtener una imagen a color (aunque algo borrosa) de lo que el sujeto veía, no sólo despierto, sino, también, en la fase rápida del sueño. Esto se debía al hecho de que la señal que se registraba no era la del nervio óptico, sino la de las zonas del cerebro responsables de la representación visual. Potashinski y sus colaboradores adquirieron el equipo de inmediato.

La señal de las sondas implantadas en el cerebro se transmitía por wi-fi, lo que permitía al platanauta seguir su vida normal sin que fuera afectada por su participación en el experimento. Lo único necesario era tener un receptor de señal cerca para transmitir la información a una computadora en tiempo real.

En breve, el esquema de los experimentos de Potashinski fue el siguiente. Primero, un conjunto de electrodos se implantaba en el cerebro del platanauta experimentador (los voluntarios para este papel, como siempre, se seleccionaban de los oficiales jóvenes del FSB). Después, un sistema de fideicomisos propulsores equipado con la tecnología de optimización tributaria diseñada por Potashinksi efectuaba el lanzamiento: el voluntario recibía en su propiedad una cantidad de recursos que garantizaba la superación del umbral de Shvartsman.

Varios de los movimientos fuertes de capital no explicados, observados por las estructuras internacionales de control en los últimos años, fueron partes de esos experimentos. Así como los despegues de misiles balísticos en cualquier parte de la Tierra son registrados por unas redes de instrumentos dedicados, los lanzamientos de los platanautas llevados a cabo por el FSB con el fin de estudiar el espacio de Fridman fueron notados por los sensores económicos. La mayoría de los observadores atentos del universo financiero los ha confundido con el inicio de la revisión de los resultados de la privatización postsoviética. Esto no es de sorprenderse: los lanzamientos se llevaban a cabo en la confidencialidad total; las fuentes abiertas han guardado silencio respecto a la cuestión de quiénes de la constelación de los nuevos súperricos desempeñan este papel como naves de la Sexta División del FSB.

Ahora podemos llamar a estos jóvenes por sus nombres; claro, no a todos, sino al primer par. El primer salto más allá del umbral de Shvartsman en la historia de la humanidad fue realizado por el platanauta ruso Julio Kropotkin. Con el intervalo de un mes, despegó tras él, Serguei Timashuk. Los pesos orbitales de ambos lanzamientos fueron similares; el segundo superaba al primero por unos seiscientos millones de dólares (obviamente, en el horizonte financiero, estas estrellas ascendieron bajo otros nombres).

En el transcurso del experimento, los platanautas llevaban la vida de sibaritas ricos, paseando de continente a continente en sus boeings convertidos en palacios, bebiendo vinos de colección, jugando en los casinos, pasando su información genética a creaturas delicadísimas quienes se venden tan caro que la transacción se asemeja a un amor verdadero; en pocas palabras, no se negaban ningún placer. Todo este tiempo, el sistema de control registraba las señales transmitidas por los sensores implantados en sus cerebros y las pasaban al centro de cómputo del FSB, en Moscú, para su estudio.

Al terminarse la expedición al espacio de Fridman, las cuentas de los platanautas fueron cerradas y comenzó la etapa de su regreso al universo humano. Julio Kropotkin logró, después de unos días, aterrizar con éxito en el aeropuerto “Domodedovo”. El destino de Serguei Timashuk, en cambio, fue trágico.

Durante el descenso hacía el aeropuerto “Sheremetyevo-2”, a bordo de un Global Express XRS, en su último vuelo, reservado a nombre de Timashuk, el platanauta cayó en una condición semiconsciente. El diagnóstico inicial fue una intoxicación alcohólica; sin embargo, al día siguiente, la condición del platanauta no mostró ninguna mejoría: no mostraba interés alguno por cualquier contacto con otros seres humanos y repetía constantemente una frase misteriosa: “la Luna es el Sol para los pobres” (los científicos propusieron la hipótesis de que se trataba de efectos visuales antes desconocidos que se presentaban al cruzar el umbral de Shvartsman —algo como la distorsión de la forma de los astros en la cercanía de un agujero negro). No fue posible regresar a Serguei Timashuk a la vida normal; sin embargo, el alto precio pagado por los excepcionales datos científicos obtenidos fue bien justificado.

Por la primera vez en la historia, se pudieron obtener imágenes del espacio de Fridman, por medio de dos sondas absolutamente independientes, lo que excluía la posibilidad del error. Como consecuencia de este avance sin precedentes, los científicos obtuvieron una segunda confirmación experimental de la teoría de Potashinski.

Recordemos que los cálculos del profesor implicaban que, al cruzar el umbral de Shvartsman, todos los platanautas percibirían el mismo espacio. Ya los primeros datos telemétricos mostraron que éste era el caso: las señales de los cerebros de Kropotkin y Timashuk eran idénticas. Además, la teoría predecía que el tiempo en el espacio de Fridman prácticamente se iba a parar. Esto también se confirmó: la imagen visual de ambas sondas fue estática y no se había modificado durante todo el experimento. La hipótesis del profesor Potashinski recibió una demostración espectacular. La ciencia teórica, probablemente, no había conocido un éxito semejante desde que los agujeros negros, descubiertos primero en papel, fueron hallados en el espacio exterior.

Aun así, hubo problemas. Ya las primeras imágenes del espacio de Fridman dejaron perplejos a los científicos: en sus monitores se presentaba una fotografía borrosa de un ... pasillo.

Ninguna imagen de la superficie del Marte, ningún panorama del cielo habían recibido un análisis tan detallado como estas fotos. Desgraciadamente, la resolución de los sistemas óptico-neuronales contemporáneos no había permitido ampliarlas para poder estudiarlas mejor. Sin embargo, lo que se podía observar directamente era suficiente para establecer que, según todos los criterios visulales, se trataba de un pasillo normal, recubierto con azulejo y pintado en color verde hasta la altura de un metro y medio (más arriba, las paredes eran blancas). Unos metros más adelante, el pasillo daba una vuelta a la derecha hacía algún espacio no alumbrado; era difícil decir qué había ahí.

Los intentos de estudiar la imagen en los diapasones infrarrojo y ultravioleta no fueron muy informativos; solamente se vislumbró que, detrás de la esquina, había algo muy caliente.

Los periodistas cercanos a los círculos científicos de inmediato armaron una discusión sobre el destino del pasillo, pero los científicos profesionales negaron la utilidad de este enfoque.

“Lo que vemos no significa que, en realidad, exista algún pasillo o alguna fuente de calor”, escribe uno de los investigadores. “Solamente significa que el videograma del espacio de Fridman tiene un aspecto semejante al de un pasillo. Si, en sus estudios de la superficie del Marte, usted encuentra una cara humana, esto no significa que la esculpieron los marcianos. No sería más que su propia interpretación de una formación geológica natural.”

Para calmar la discusión, el profesor Potashinski ofreció una extensa entrevista sobre el tema. Lo vemos en frente del recién inaugurado monumento a Gengis Karataev, una construcción ligera de aluminio que representa dos bolsas rojas de la marca “Puma” con cinturones entrelazados, tomando vuelo como dos cisnes; arriba de ellas, un reloj de arena levita en el aire, recordándole a las futuras generaciones el hombre valiente que sacrificó su vida para crear una nueva ciencia.

“¿Por qué un pasillo?” dice Potashinski, un gigante delgado y torpe con una enorme cabellera llena de canas (está sentado en una silla de ruedas: las consecuencias de la explosión de antaño, últimamente, lo molestan con mayor frecuencia). “¿Sabe?, encontré la respuesta en el “principio antrópico” en el cual se basa toda la cosmología moderna. ¿Por qué el universo es como es? ¿Por qué vivimos en esta bola de tierra cubierta de agua a la mitad? Si el universo fuera diferente, amigos, y no hubiera contenido esta bola mojada hecha de tierra, no estaríamos ahí nosotros para hacernos estas preguntas. El mundo es como es porque nosotros estamos en él. Y si fuera distinto, ya no seríamos nosotros, y no está garantizado que a alguien en ese mundo se le ocurrirían esas preguntas, aun si tuviera cabeza como para poder pensar. ¿Por qué el espacio de Fridman se ve como se ve? Sólo hay una respuesta: ¡porque así se ve! No sabemos que hay ahí en realidad. Pero, por alguna razón, vemos lo que vemos —un pasillo oscuro.”

“Pero ¿tendrá algunas corazonadas?”, pregunta el periodista, casi suplicando, “¿aunque sean muy vagas?”

“Es posible que, a nivel cuántico, el mero planteamiento de la cuestión ya determina el resultado del experimento. Recuerden que el título original del proyecto fue “Pasillo verde”. Me preguntan todos los días: ¿qué hay ahí, detrás de la vuelta? Como hombre de ciencia, sólo puedo decir una cosa: desde el punto de vista científico, esta clase de preguntas no tiene sentido alguno ...”

Sin duda, es difícil aceptar el hecho, comprobado científicamente, de que la multifascética actividad creativa de los individuos en la cumbre de la pirámide humana no es más que una ilusión relativista, y de que, en realidad, la conciencia de cualquiera de ellos es una mirilla inmóvil a lo oscuro de un pasillo hacia quién sabe dónde.

Es probable que la intolerabilidad psicológica de esta idea (o, tal vez, la intensificación de las rivalidades en las estructuras gubernamentales) fue lo que hizo que la prensa amarillista propalara los rumores de que hubo un error técnico elemental en el experimento: al conectar los cables, la telemetría que llegaba de los platanautas supuestamente fue confundida con la señal de la cámara de seguridad instalada en el sótano del hotel Metropol al lado de la caldera de la calefacción (es bien conocido que ahí se encuentra la entrada al centro secreto de cómputo del FSB). Bueno, cada quién cree lo que quiere.

Cabe esperar que las nuevas expediciones detrás del umbral de Shvartsman (esperadas, con el corazón en la mano, por nuestra civilización perdida en la inmensidad del universo) permitan aclarar cualquier duda que pueda quedar en esta materia.


Victor Pelevin

imagen: http://litagent.ru/


VICTOR PELEVIN
Escritor ruso, autor de 13 novelas y más de 60 cuentos y ensayos, ganador de varios premios literarios. Sus obras están traducidas a varios idiomas; en particular, al español.





Comentarios del traductor

1. Un barrio de residencias de gran lujo en las afueras de Moscú.

2. El territorio federal al oriente extremo de Rusia; se ha caracterizado por su despoblación y el hecho de ser gobernado por uno de los hombres más ricos del país, residente en Londres.













3. Sede del Instituto de Física y Tecnología de Moscú, la universidad técnica rusa con la carrera en física del mayor renombre en el país.








4. Juzgando por el patronímico y por el apellido, Gengis Karataev es hijo de un Platon Karataev. Así se llama uno de los personajes de “Guerra y Paz” de L. Tolstoi; según los libros de texto soviéticos, él representaba el pueblo ruso.












































5. Alusión al músico Alexander Nemkov, conocido por el proyecto “Stereo Zoldat”.





6. Servicio Federal de Seguridad, sucesor de la KGB.

























7. Libros de ciencia ficción populares en la Unión Soviética. Algunos afirman que Darr Veter de “La nebulosa de Andrómeda” es el prototipo de Darth Vader de “Star Wars”.














8. Por lo que, probablemente, es pura coincidencia, algunos nombres de los científicos aquí coinciden con los nombres de las personas que han cruzado el umbral de Shvartsman en la vida real.











9. Alusión al infame ensayo de Francis Fukuyama.

    Victor Pelevin © 2015. Traducción: Jacob Mostovoy. Derechos reservados.
    Rights for the Spanish translation are acquired via FTM Agency, Ltd. (Russia).